Tania Ramírez di H.I.J.O.S. México

Alguien gritaba “derechos humanos”.

Racconto della manifestazione del 2 ottobre a Mexico DF

6 / 10 / 2009

Dos de octubre, otra vez. La marcha salió de Tlatelolco después de la hora acordada y avanzó lentamente por el eje central. Encabezaba el comité ‘68 y detrás, muy cerca, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de Atenco. Los H.I.J.O.S. íbamos unos metros más atrás. Al pasar por debajo del puente de Reforma, el ruido hacía sentir que éramos miles, y los éramos. Los gritos del colectivo anarquista a nuestras espaldas sonaba cada vez más fuerte. Costaba trabajo hacer sonar el “desaparecidos: presentación”. Se escuchaban las consignas de siempre en voces nuevas; saber que un joven de 17 años no olvida un ‘68 en el que no existía ni como idea, siempre será razón de esperanza.

 

Cerca ya de la Alameda, la tensión que habían provocado los petardos y conatos de riñas allá atrás, era evidente. Varias personas y colectivos intentaban rebasar para no verse tan cerca; otras intentábamos no separarnos del resto, marchar juntos, y jalar a la banda para seguir adelante sin atentar contra el ánimo, los edificios, las personas. Incluso el colectivo anarco que teníamos detrás hizo un esfuerzo por jalar a otro grupo similar cuando empezaron a hacer barullo. Lo lograron una vez.

Justo frente a Bellas Artes, a punto de entrar por la calle Madero, dieron la orden de partir la marcha. Eligieron hacerlo precisamente detrás de nosotros. Una chica de H.I.J.O.S., La Negra, cargaba una de nuestras mantas en su parte final y, en un scanner rápido de su ropa, su pelo, sus botas o sus múltiples aretes, decidieron que era parte del grupo al que querían encapsular (¿discriminación?). Tuvimos que pasar entre los escudos, esquivando las piernas del cuerpo policial, para sacarla de ahí. Fue en ese jaloneo que la manta histórica de “H.I.J.O.S. México” se perdió, entre la gente que corría y quienes teníamos que quedarnos a librar la situación. La marcha quedó dividida: de este lado intentábamos decir a los de adelante que no avanzaran más, mientras gritábamos hacia atrás, con las palmas en alto, “no al cerco”. La primera parte de la marcha avanzó sobre Madero y cercaron también esa calle. Un buen número de personas nos quedamos justo en el centro, con el miedo metido en el cuerpo, gritando a los policías que no nos dividieran, que no queríamos más represión, que soltaran al chico al que se acababan de llevar con la cara cubierta de sangre. Alguien gritaba “derechos humanos”.

Esperamos varios minutos, no supe cuantos, manteniendo en esa esquina una manta blanca inmensa que tiene un tanque militar junto a la frase “este diálogo no lo entendemos”. Muchos y muchas se sumaron a sostenerla como quien quiere juntarse y a la vez ponerse detrás de la valla cuando viene el toro. Quedamos en cuclillas, esperando, sin poder avanzar y sin querer dejar atrás a quienes faltaban. Algunas señoras intentaban hablar con los policías para que no golpearan y dejaran avanzar a “los muchachos”; otra ayudaba a cruzar con mucha prisa a una mujer invidente, mientras jalaba con la otra mano a su hija pequeña. La gente protegía y se protegía. Tener un despliegue policial así y de frente asusta, pero no inmoviliza.

Cuando finalmente abrieron los cercos, la marcha avanzó y pudimos entrar por Madero con un lastimado sentimiento de alegríay unión. La estrechez de la calle mantenía todavía el olor del gas pimienta y tuvimos que mojar las esquinas de la manta para respirar a través de ella y no seguir tosiendo. Seguimos caminando con líneas de policía a los lados hasta desembocar en el zócalo, donde todo estaba más tranquilo hasta ese momento. Ahí desconvocamos. En el camino de vuelta pensaba cómo se sentiría el resto de los colectivos, cómo irían a sus casas todas las demás personas, cómo estarían quienes este día no iban a poder volver.

Sigo pensando si es del todo malo escribir “Libertad” por las paredes. Sigo dudando que la gente quiera dañar edificios porque sí y creo, en cambio, que quizá quieran dañar algo más profundo: lo que representan, un poder impune que les daña las vidas, día a día. Sigue sin gustarme que haya algunos pocos que van a las marchas drogados, o con ganas de bronca, sin escuchar al resto o provocando; pero siempre me harán pensar en qué es lo que pasa al interior de una persona cuando decide, o no, convertirse en esa versión de sí como si no pudieran escapar. Siguen enamorándome los ríos de gente y su capacidad de memoria y de indignación. Sigo construyendo el significado de los derechos humanos. Sigue maravillándome esta fecha clavada en el corazón de un país. Sigue jodiéndome, hasta la médula, tanta impunidad.

Tania Ramírez 

H.I.J.O.S. México